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Cartas de la prisión: muestra de cartas escritas desde las cárceles franquistas

14-09-2018

Muchas veces se ha repetido que, durante la dictadura franquista, toda España era una cárcel. Efectivamente, la falta de libertades individuales y colectivas, la ausencia de los derechos básicos de reunión, asociación, huelga, impresión, etc., la legislación represiva y los instrumentos para llevarla a cabo –tribunales, fuerzas de seguridad y orden público– hacen que podamos hablar de la España franquista como “una inmensa prisión”.

Desde la victoria de los sublevados en la guerra civil, las cárceles y otros espacios habilitados para la reclusión se abarrotaron, primero de simpatizantes y militantes de las organizaciones que compusieron el Frente Popular y, en años posteriores, de disidentes y luchadores antifranquistas. Cientos de miles de españoles fueron detenidos por motivos políticos durante la larga noche del franquismo[1]. En el mejor de los casos, acabarían cumpliendo condena en las cárceles franquistas como presos políticos.

En una dictadura no están garantizados los derechos mínimos de los ciudadanos, menos aún lo estaban los derechos de los presos, cuya situación era especialmente lamentable. En aquellas circunstancias la correspondencia entre los presos y el exterior de las cárceles fue vital. Las cartas que enviaban y recibían cumplieron funciones de gran valor para su vida cotidiana entre rejas.

En los primeros años tras el golpe de Estado, cuando la violencia y la muerte se adueñaron de la realidad social española, la mayoría de las cartas que los reos conseguían sacar al exterior, escondidas entre la ropa, los canastos de comida, etc., iban destinadas a tranquilizar a sus familiares y a encomendarles que solicitaran recomendaciones y ayudas que pudieran evitarles una muerte más que probable. Estas primeras cartas, sobre todo las que se enviaban desde centros de reclusión improvisados, donde las visitas de familiares no estaban permitidas, se convirtieron en los únicos vínculos reales entre los presos y el mundo exterior, entre sus vidas y las de sus familias. Son documentos que ponen en evidencia el miedo y la desesperación que impregnaban la rutina de los detenidos, pero también manifiestan la fortaleza que mostraban al intentar tranquilizar a los que desde fuera sufrían por ellos. La escasez de papel en todo el país durante esos primeros años fue más acuciante en los centros de reclusión, por lo que las cartas fueron escritas en los soportes más variados, tales como trozos de cartón o papel, cajetillas de tabaco, etc.

Desde la década de los cincuenta muchos representantes de la oposición a la dictadura fueron detenidos y encarcelados. Las cartas adquirieron nuevos significados y cumplieron otras funciones. A través de ellas los detenidos recibieron información de sus seres queridos, noticias que les ayudaron a mantener la moral alta y no caer en un desánimo, pretendido por el Régimen, que podría acabar por deshumanizarles. Además, en numerosas ocasiones, a través de cartas cifradas, los presos recibieron también noticias fiables del exterior, diferentes de las que la censura permitía introducir entre los barrotes de las cárceles. A través de ellas supieron que sus luchas no caían en saco roto y conocieron la solidaridad que, en numerosas ocasiones, su situación provocaba tanto en España como en el extranjero, lo que también les ayudó a sobrellevar sus realidades cotidianas. En la otra dirección, posibilitaron, a los que estaban al otro lado de los muros, conocer la dureza de la realidad diaria que se vivía en el interior de los presidios. Sirvió también la correspondencia para mantener un fluido contacto con los abogados que se comprometieron en su defensa. Además de toda esta información transferida mediante las misivas, el simple hecho de escribir una carta rompía la monotonía carcelaria y permitía a los presos políticos evadirse, durante el tiempo de escribirla y pensar en ella, de la cruda realidad que les rodeaba.

El Artículo de l3 del Fuero de los Españoles (1945) expresaba que «Dentro del territorio nacional, el Estado garantiza la libertad y el secreto de la correspondencia». Sólo durante los Estados de Excepción, este artículo, junto a otros como el que garantizaba la libertad de fijar la residencia dentro del Estado (Art. 14), o el que limitaba el tiempo de detención preventiva a 72 horas (Art. 18), eran derogados. Sin embargo, la violación de la correspondencia en las cárceles fue una constante a lo largo de la dictadura, por lo que podemos hablar de un Estado de Excepción permanente dentro de las prisiones del régimen. En cada una existía una comisión de censura presidida por el cura de la prisión, que se encargaba, entre otras funciones, de violar sistemáticamente la correspondencia que los presos mantenían con el exterior. Expresiones como «presos políticos», así como otras que, a juicio de los censores, podrían llevar implícito algún contenido político, eran tachadas de las misivas. La moralina propia de la dictadura hizo que también muchas expresiones que consideraban «subidas de tono» fueran suprimidas. Las cartas que recibían y enviaban los presos eran entregadas siempre abiertas. Todo ello provocó que tanto familiares como presos utilizaran un lenguaje implícito, «entre líneas», que burlara la censura.

La correspondencia ha sido, a lo largo de la historia, el principal medio de comunicación escrito, jugando un importante papel en la vida cotidiana de las personas. Durante siglos ha sido el medio exclusivo de interrelación entre lugares distintos y de ahí la importancia que han tenido tradicionalmente para la investigación histórica. Su tipología es muy variada, sin embargo, las cartas aquí referidas son todas de tipo privado, escritas por trabajadores a título personal y carentes de todo formalismo. Se emplea en ellas, por tanto, un lenguaje coloquial, en ocasiones íntimo, plagado de localismos y otras curiosidades que nos acercan a la difícil experiencia vital de la vida de sus autores. Tienen, por todo ello, un alto valor documental que las hace muy atractivas para estudios no sólo históricos, sino también lingüísticos y antropológicos.

En el Archivo Histórico de Comisiones Obreras de Andalucía se conservan un buen número de estas cartas privadas escritas desde las cárceles de Franco. Las encontramos fundamentalmente en dos tipos de fondos: los expedientes de abogados antifranquistas, y los fondos personales donados por militantes y dirigentes de la oposición política y sindical a la dictadura.

[1] Sólo en 1940 había 270.719 presos en las cárceles franquistas según el Instituto Nacional de Estadística.

Carta de García Contreras desde la Prisión

Carta de García Contreras desde la Prisión